El papel de la danza y la música en la construcción de identidades nacionales
- Wil Jiménez Kuko
- hace 5 minutos
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La danza y la música han acompañado a las sociedades humanas desde tiempos remotos como expresiones fundamentales de su vida cultural. Más que simples manifestaciones artísticas, estas prácticas constituyen vehículos de memoria, cohesión y representación social. A través de ellas, los pueblos han narrado su historia, han transmitido valores y han plasmado sus aspiraciones colectivas. En el contexto de los Estados modernos, la danza y la música han adquirido un papel clave en la construcción de identidades nacionales, funcionando como herramientas de integración, símbolos de unidad y elementos de diplomacia cultural.
La noción de identidad nacional no es un hecho natural, sino una construcción social e histórica. Según Benedict Anderson, las naciones son “comunidades imaginadas”, ya que sus integrantes no se conocen entre sí en su totalidad, pero se sienten unidos por símbolos, narrativas y prácticas compartidas. La música y la danza forman parte central de esos símbolos, pues condensan emociones colectivas y crean vínculos que trascienden las diferencias individuales.
El proceso de construcción nacional suele implicar una selección cultural: de un vasto repertorio de tradiciones locales, se eligen aquellas que se consideran representativas de la nación. Esta operación de selección y resignificación otorga a ciertas músicas y danzas un estatus simbólico especial, convirtiéndolas en emblemas de identidad. Ejemplos como el tango argentino, el flamenco español, el mariachi mexicano o el swing criollo costarricense ilustran cómo expresiones originalmente locales o regionales se transforman en iconos de alcance nacional e incluso internacional.
Música y danza como lenguajes identitarios
La música y la danza tienen particularidades que las hacen especialmente aptas para la construcción identitaria:
Carácter sensorial y emocional: A diferencia de los discursos políticos o académicos, apelan directamente a los sentidos y las emociones, generando experiencias de pertenencia y orgullo.
Capacidad de síntesis: Condensan en pocos minutos o movimientos elementos de historia, valores y cosmovisiones.
Flexibilidad y adaptabilidad: Se reconfiguran constantemente sin perder sus raíces, lo que les permite permanecer vigentes a lo largo del tiempo.
Potencial de participación: No son solo espectáculos para observar, sino prácticas que invitan a ser vividas y compartidas en comunidad.
Por estas razones, la danza y la música han sido empleadas tanto por los Estados como por las comunidades para afirmar su identidad y diferenciarse de los demás. A continuación, algunos casos históricos emblemáticos:
El tango en Argentina
El tango nació en los arrabales de Buenos Aires a fines del siglo XIX, fusionando elementos de habanera, milonga y ritmos afro-rioplatenses. Inicialmente estigmatizado como baile de prostíbulos y sectores populares, fue posteriormente reivindicado por la élite y convertido en símbolo de la argentinidad. La internacionalización del tango en Europa y su posterior reconocimiento por la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial consolidaron su estatus como ícono nacional.
El flamenco en España
El flamenco, originado en Andalucía, amalgama influencias gitanas, árabes y castellanas. Durante el siglo XX, el franquismo lo promovió como símbolo de la unidad nacional, aunque reducido a ciertos estereotipos. Con el tiempo, artistas y comunidades han reivindicado el flamenco como una expresión de resistencia y diversidad cultural dentro de España, mostrando cómo un género musical y dancístico puede condensar tensiones entre poder, identidad y memoria.
El mariachi en México
El mariachi se consolidó como símbolo de México en el siglo XX, impulsado por el cine de la época de oro y por políticas culturales del Estado. Más que un género musical, el mariachi se convirtió en un emblema nacional capaz de representar la mexicanidad tanto en celebraciones patrias como en escenarios internacionales.
El swing criollo en Costa Rica
El swing criollo es un ejemplo actual de cómo una práctica popular, nacida en espacios sociales y bailes populares en los años 60, puede transformarse en un símbolo identitario. Con influencias del swing estadounidense y la cumbia, se ha resignificado en el siglo XXI como un elemento del patrimonio inmaterial costarricense, capaz de expresar la alegría, la creatividad y el “pura vida” característico del país.
Danza, música y nacionalismo cultural
El nacionalismo cultural, desarrollado en los siglos XIX y XX, buscó legitimar a las naciones modernas a través de la cultura. En este marco, la danza y la música fueron utilizadas para:
Crear mitologías nacionales: relatos que unían pasado y presente en torno a símbolos compartidos.
Institucionalizar tradiciones: a través de escuelas de danza, festivales nacionales y orquestas sinfónicas.
Difundir la cultura nacional: mediante giras internacionales, grabaciones y medios de comunicación.
Sin embargo, este proceso no estuvo exento de contradicciones. En muchos casos, la selección de danzas y músicas nacionales implicó la marginación de otras expresiones culturales consideradas “menos representativas” o “incómodas” para el proyecto nacional.
En la actualidad, el marco de la UNESCO sobre patrimonio cultural inmaterial ha fortalecido el papel de la música y la danza en la construcción de identidades nacionales. El reconocimiento de manifestaciones como el reggae de Jamaica, el flamenco de España o la cumbia de Colombia no solo aporta prestigio internacional, sino que genera procesos de salvaguardia, transmisión intergeneracional y reflexión sobre la diversidad cultural.
Este reconocimiento, sin embargo, plantea desafíos: ¿Cómo preservar la autenticidad sin congelar las prácticas? ¿Cómo evitar que la patrimonialización conduzca a la mercantilización excesiva o al folclorismo superficial? La respuesta se encuentra en el equilibrio entre salvaguarda y dinamismo, reconociendo que las culturas están vivas y en constante transformación.
Más allá del aspecto cultural, la danza y la música tienen una dimensión política innegable:
Resistencia y protesta: Géneros como el reggae, el hip-hop o la nueva canción latinoamericana se han convertido en banderas de lucha social.
Diplomacia cultural: Muchos países utilizan sus músicas y danzas como cartas de presentación en escenarios internacionales, generando “poder blando”.
Inclusión y diversidad: El reconocimiento de expresiones afrodescendientes, indígenas y populares como parte del patrimonio nacional contribuye a ampliar la noción de identidad más allá de lo hegemónico.
La globalización, la migración y las nuevas tecnologías han transformado profundamente el panorama cultural. Hoy en día, la música y la danza circulan a una velocidad sin precedentes, generando fusiones, híbridos y nuevas formas de identidad transnacional. Esto plantea varios retos:
Homogeneización cultural: La industria global tiende a privilegiar ciertos géneros comerciales, poniendo en riesgo la diversidad.
Comercialización extrema: Algunas danzas y músicas se convierten en meros productos turísticos, vaciados de su sentido comunitario.
Desafíos de transmisión: En sociedades urbanas aceleradas, las nuevas generaciones pueden perder el vínculo con las tradiciones.
Reivindicación de minorías: La inclusión de expresiones de pueblos indígenas y afrodescendientes sigue siendo una deuda pendiente en muchos países.
La danza y la música, lejos de ser elementos estáticos, son prácticas vivas que reflejan las transformaciones de las sociedades. En el presente, más que reforzar identidades nacionales rígidas, pueden servir como puentes para la construcción de identidades inclusivas, que reconozcan la diversidad interna de los países y al mismo tiempo dialoguen con el mundo.
El reto está en que los Estados, las comunidades y los creadores logren equilibrar tradición y modernidad, autenticidad y adaptación, orgullo nacional y apertura global. En ese proceso, la danza y la música seguirán siendo pilares de las identidades nacionales, no como imposiciones homogéneas, sino como expresiones colectivas de memoria, creatividad y esperanza.
La historia demuestra que la danza y la música han desempeñado un papel crucial en la construcción de identidades nacionales, actuando como símbolos poderosos que condensan valores, emociones y narrativas colectivas. Desde los tangos rioplatenses hasta los mariachis mexicanos, desde el flamenco andaluz hasta el swing criollo costarricense, estas expresiones nos recuerdan que la nación no solo se construye con discursos políticos y fronteras geográficas, sino también con ritmos, movimientos y melodías que tocan el corazón de sus pueblos.
En un mundo cada vez más interconectado, el desafío consiste en aprovechar el poder de la música y la danza no solo para afirmar lo que somos, sino también para dialogar con los demás. Al hacerlo, contribuimos a un patrimonio cultural vivo que nos enriquece a todos.
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