Patrimonio inmaterial y juventud: estrategias para generar interés e involucrar a las nuevas generaciones en la práctica patrimonial
- Wil Jiménez Kuko
- 22 ago
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El patrimonio cultural inmaterial se ha convertido en una de las dimensiones más relevantes en las discusiones sobre identidad, diversidad y sostenibilidad cultural. La UNESCO, desde la Convención de 2003, ha impulsado un marco normativo que busca no solo la preservación de expresiones culturales vivas, sino también su transmisión intergeneracional como requisito fundamental para su continuidad. Sin embargo, uno de los mayores desafíos actuales es el involucramiento de la juventud en estos procesos, ya que en ella recae la posibilidad de mantener vigentes las tradiciones, resignificarlas y proyectarlas hacia el futuro.
Hablar de patrimonio inmaterial y juventud implica reflexionar sobre dinámicas sociales, tecnológicas y culturales que no siempre convergen de manera fluida. Las nuevas generaciones crecen en un mundo globalizado, hiperconectado y marcado por transformaciones aceleradas en los modos de comunicación, consumo cultural y construcción de identidades. Esto genera, en muchos casos, tensiones con los modelos tradicionales de transmisión cultural, que solían depender de la oralidad, la convivencia comunitaria y la práctica constante en entornos familiares o comunitarios.
Por tanto, el reto principal consiste en diseñar estrategias que no solo promuevan el interés de los jóvenes en el patrimonio inmaterial, sino que lo hagan parte de su vida cotidiana, de su lenguaje y de sus experiencias. Explorar las complejidades de esta relación, analizar los factores que inciden en la aparente distancia entre juventud y patrimonio, y proponer líneas de acción para fomentar un involucramiento real, consciente y creativo, son parte de la intención reflexiva de este artículo.
Juventud y patrimonio: un diálogo necesario
La juventud suele percibirse en el discurso social como un periodo de transición hacia la adultez, una etapa en la que las personas experimentan procesos de construcción de identidad, búsqueda de independencia y apertura hacia la experimentación cultural. Este contexto hace que, en ocasiones, las prácticas vinculadas al patrimonio inmaterial se consideren distantes o poco atractivas, especialmente si se asocian únicamente con la tradición, lo “viejo” o lo “obsoleto”.
Sin embargo, esta percepción es reduccionista. Los jóvenes no son indiferentes al patrimonio; más bien, se relacionan con él desde códigos distintos. Para muchos, el interés en estas expresiones se activa cuando existe una conexión con sus realidades inmediatas: cuando el patrimonio se convierte en una herramienta de expresión artística, en un símbolo de identidad frente a lo global o en un recurso para innovar en espacios creativos.
Por ello, el diálogo entre patrimonio y juventud debe centrarse en reconocer que los jóvenes no son simples receptores de tradiciones, sino agentes transformadores con capacidad de resignificar y reinterpretar lo heredado. Ellos aportan nuevas formas de transmitir, documentar y recrear el patrimonio, especialmente a través de las plataformas digitales, donde las prácticas culturales encuentran espacios de visibilización masiva y formatos inéditos de circulación.
Factores que dificultan el vínculo entre juventud y patrimonio
Para comprender los retos que enfrenta la transmisión del patrimonio inmaterial a las nuevas generaciones, es necesario identificar algunos de los factores que generan brechas.
En primer lugar, los cambios en los modos de socialización han reducido la convivencia intergeneracional en muchos contextos. La urbanización acelerada, la migración y el debilitamiento de las redes comunitarias han modificado la manera en que las tradiciones se transmiten en la vida diaria. Antes, la familia extendida o el vecindario eran escenarios privilegiados para aprender canciones, bailes, oficios o relatos. Hoy, la escolarización prolongada y la virtualidad hacen que los jóvenes pasen gran parte de su tiempo fuera de esos espacios tradicionales.
En segundo lugar, la influencia de la cultura global ha introducido modelos de consumo cultural homogeneizantes. La música internacional, las modas digitales y las narrativas globales compiten directamente con las expresiones locales, lo que puede generar la percepción de que las prácticas patrimoniales son “menos modernas” o “menos relevantes”.
Un tercer factor es la falta de inclusión de los jóvenes en los procesos institucionales de salvaguardia. Con frecuencia, las políticas culturales y los proyectos de patrimonio se diseñan desde perspectivas adultocéntricas, sin considerar las formas de participación que resultan atractivas o significativas para las nuevas generaciones. Esto produce un distanciamiento, ya que los jóvenes no se sienten parte de las decisiones ni reconocen su agencia en la transmisión.
Finalmente, se debe reconocer que muchos contextos educativos aún no integran de manera efectiva el patrimonio inmaterial en sus programas, lo que limita la posibilidad de que los jóvenes lo vean como un conocimiento válido, útil y digno de ser aprendido.

La juventud como motor de resignificación
A pesar de las dificultades, la juventud posee un enorme potencial para revitalizar el patrimonio cultural inmaterial. Sus formas de relacionarse con el mundo están profundamente mediadas por la creatividad, la experimentación y la apropiación de herramientas tecnológicas que pueden abrir caminos innovadores en la salvaguardia.
Por ejemplo, en el ámbito de la danza y la música, los jóvenes han sido protagonistas de procesos de fusión que mantienen viva la tradición mientras la proyectan hacia nuevas audiencias. Ritmos tradicionales que se combinan con géneros urbanos, festivales donde la puesta en escena incorpora tecnologías audiovisuales, o comunidades digitales que difunden expresiones culturales locales a escala global, son ejemplos claros de cómo la juventud no solo preserva sino también transforma.
Además, los jóvenes suelen ser más sensibles a los discursos de diversidad, inclusión y sostenibilidad, lo que permite establecer puentes entre el patrimonio y debates contemporáneos como los derechos culturales, la equidad de género o la crisis ambiental. En este sentido, las prácticas patrimoniales pueden convertirse en plataformas para dialogar sobre problemáticas actuales, siempre y cuando se presenten desde narrativas que resuenen con las inquietudes juveniles.
Estrategias para generar interés y participación juvenil
El involucramiento de la juventud en la salvaguardia del patrimonio inmaterial requiere estrategias sostenidas que combinen la innovación con el respeto a la tradición. Estas estrategias deben surgir tanto desde las instituciones culturales como desde las comunidades y, sobre todo, desde los propios jóvenes.
Una de las claves es la educación patrimonial. No basta con incluir referencias a tradiciones en los programas escolares; es necesario que el aprendizaje sea vivencial y creativo. Talleres, laboratorios de experimentación artística y proyectos de aprendizaje-servicio donde los jóvenes se conviertan en protagonistas activos permiten construir un vínculo real con el patrimonio.
Otra estrategia es la utilización de plataformas digitales. Las redes sociales, los canales de video y los formatos interactivos son medios naturales para los jóvenes. Documentar prácticas culturales mediante podcasts, cortometrajes o videojuegos puede resultar más atractivo que un manual o un archivo escrito. Aquí, el desafío está en evitar la trivialización y asegurar que la mediación digital mantenga la esencia de las expresiones culturales.
Asimismo, es necesario incluir a la juventud en los procesos de toma de decisiones relacionados con el patrimonio. Crear consejos consultivos juveniles, abrir espacios de co-creación de políticas públicas y reconocer el liderazgo juvenil en festivales y proyectos comunitarios permite que los jóvenes se sientan agentes de cambio y no simples receptores.
Por último, se debe promover la vinculación del patrimonio con proyectos de desarrollo personal y colectivo. Cuando los jóvenes descubren que una práctica cultural puede abrirles oportunidades laborales, fortalecer su autoestima, generar ingresos o proyectarlos en escenarios internacionales, su interés aumenta. El patrimonio, visto como un recurso vivo, puede ser parte de su proyecto de vida.
La relación entre patrimonio inmaterial y juventud no puede pensarse en términos de transmisión lineal, donde una generación entrega intacto un legado a la siguiente. Se trata de un proceso dinámico en el que cada generación reinterpreta, resignifica y transforma lo heredado de acuerdo con su contexto histórico.
En este sentido, las estrategias para generar interés e involucrar a las nuevas generaciones deben reconocer la legitimidad de esas transformaciones. El patrimonio cultural inmaterial no es un objeto congelado en el tiempo, sino un organismo vivo que se adapta, muta y dialoga con la modernidad.
Los jóvenes, lejos de ser una amenaza para la continuidad del patrimonio, son los principales aliados para garantizar su vitalidad futura. Ellos poseen las herramientas creativas, tecnológicas y sociales para abrir nuevos horizontes de transmisión y difusión. Pero para que esto sea posible, es necesario que las instituciones, las comunidades y los propios portadores de tradición les brinden espacios de participación, confianza y reconocimiento.
El desafío, entonces, no es convencer a los jóvenes de que el patrimonio importa, sino demostrarles que el patrimonio es suyo, que forma parte de su identidad, que es un recurso para construir un futuro más justo, inclusivo y diverso. Solo así se logrará que las expresiones culturales vivas no se extingan, sino que se multipliquen y se fortalezcan en la voz, la creatividad y la energía de las nuevas generaciones.






