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Foto del escritorWil Jiménez Kuko

Patrimonio Arquitectónico y Urbano, entendimiento para la gestión - Parte 1



¿El Patrimonio tanto construido como inmaterial tiene un valor de uso o un valor de cambio? Si decimos que tiene un Valor de cambio o consumo se considerará prioritaria la preservación de bienes que sean atractivos por curiosidad o extravagancia y los objetos serán tratados como un objeto más de consumo en relación con el grupo humano que los significa. Sin embargo el considerarlos en su Valor de uso se priorizará la población existente y de allí que su significación consolidará la identidad cultural.


Si elegimos este camino, la necesidad de cambio, de adaptación de edificios zonas o sitios no permitirá el congelar situaciones, es decir, no será una meta de la preservación, la museificación, por el contrario cada caso deberá buscar el equilibrio entre la necesidad de ese cambio y la preservación de aquellos elementos identificatorios que aseguren la continuidad histórica del entorno.


Dentro de estas valoraciones se debería distinguir además entre un valor de uso, un valor formal y un valor simbólico.

  1. Valor de uso en el sentido de uso para satisfacer una necesidad material, un deseo de conocimiento o un interés mundano.

  2. Valor formal por razón de su forma y por las cualidades inherentes que presentan.

  3. Valor simbólico o comunicativo entendiendo por tal, la consideración en que se tiene a determinados objetos históricos en tanto que son sustitutos de algo que no existe, es decir de algo del pasado y no del presente, sea esto una persona, una historia. un hecho o una idea. Hay que precisar en este punto que todo objeto histórico es un vehículo portador de un mensaje. Es aconsejable consultar las aportaciones de la semiología a la teoría de la comunicación. En este sentido más que de valor simbólico hablaremos de valor de signo, ya que el signo sirve para la comunicación, o más directamente de valor comunicativo.


Según reflexiona García Canclini “Quienes ven en el patrimonio una ocasión para valorizar económicamente el espacio social o un simple obstáculo al progreso económico sustentan una concepción mercantilista. Los bienes acumulados por una sociedad importan en la medida en que favorecen o retardan “el avance material”. Este destino mercantil guiará los criterios empleados en todas las acciones. Los gastos requeridos para preservar el patrimonio son una inversión justificable si reditúa ganancias al mercado inmobiliario o al turismo. Por eso se atribuye a las empresas privadas un papel clave en la selección y rehabilitación de los bienes culturales. A este modelo corresponde una estética exhibicionista en la restauración: los criterios artísticos, históricos y técnicos se sujetan a la espectacularidad y la utilización recreativa del patrimonio con el fin de incrementar su rendimiento económico. Los bienes simbólicos son valorados en la medida en que su apropiación privada permita volverlos signos de distinción”


Sigue ejemplificando este autor: “La acción privada no siempre puede ser reducida a una simple agresión al patrimonio, puesto que algunos grupos aprecian el valor simbólico que incrementa el valor económico. Existen inmobiliarias que defienden la preservación de un barrio muy antiguo para aumentar el costo de las viviendas que tienen allí. Algunas empresas turísticas conservan el sentido escenográfico de edificios históricos, aunque introducen cambios arquitectónicos y funcionales con fines lucrativos”


Específicamente hablando del patrimonio construido ¿Cuáles son esos valores de los que hablamos por los cuales una obra producto de la actividad humana se convierte en Bien Patrimonial o Bien Cultural?


  • Su valor histórico que se manifiesta en aquellos bienes inmuebles en los que han ocurrido hechos significativos que recuerdan un pasado importante para la historia de un país, o de una comunidad.

  • El valor cultural y estético de aquellos edificios distintivos por su diseño o paradigmáticos por sus técnicas constructivas o sus valores estéticos y que hoy se han transformado en testimonios de una particular cultura o pueblo ya sea de la historia o de la prehistoria.

  • El valor simbólico y social de aquellos edificios que sirven a una sociedad para conformar y dar sustento en el tiempo a una identidad local o nacional.

  • El valor ambiental de los edificios y conjuntos urbanos que permiten una relación ecológicamente equilibrada.


Marina Waisman expresa que “Los valores a reconocer serán entonces, antes que los derivados de la pura imagen, los que hacen a un conjunto de cuestiones relacionadas con las vivencias sociales: a la memoria social, esto es, al papel que el objeto en cuestión ha desempeñado en la historia social; a la lectura que de él hace la gente, tanto el usuario directo como el indirecto, esto es, la persona que en ese “objeto” puede reconocer el hábitat de un determinado grupo socio-cultural; a la capacidad para conformar un entorno significativo, a conferir sentido a un fragmento urbano, etcétera. Todo esto no implica, por cierto, descuidar el peso propio que puede otorgarle su valor estético o su originalidad”


”... No hay valores absolutos, ni eternos o permanentes, sino aquellos que las diferentes generaciones transfieren a los objetos.” A ello se le suma que: “La asignación de valor responde a las necesidades de la sociedad y a los cambios de paradigmas culturales. Resulta de reconocer una calidad en el objeto, ya sea originaria (intrínseca del objeto unida a su origen) o adquirida (obtenida por su uso o resultante de un elemento extrínseco).”


Debemos además considerar en este análisis de valoración de los Bienes Culturales, algunos bienes muy específicos: las “Obras de arte” en el sentido que les otorga Cesare Brandi, llamadas así por un singular reconocimiento y donde se valoran tanto la instancia estética como histórica.


Es decir, en cuanto a su artisticidad, por cuanto esa obra, es una obra bella, como producto de la actividad humana, realizada en un cierto tiempo y lugar, (lo que habla de su historicidad) y se encuentran en un lugar y en un momento dado y donde el valor de utilidad, no se pone en consideración por sí, más que con relación a su consistencia física, porque es allí, donde se manifiesta la imagen.


Aquí se podría ampliar con los conceptos formulados por William Morris, que destaca que en la primitiva concepción, la arquitectura es una parte del arte porque comprende sólo aquellos especiales productos de la actividad humana los cuales por una singular valoración que sucede en la conciencia, son considerados obras de arte en virtud de este reconocimiento, (aquí manifiesta los mismos conceptos de Cesare Brandi) siendo distintos en modo total y definitivo de toda obra realizada por el hombre.


Por otro lado en la nueva concepción propuesta por Morris, la arquitectura comprende sin excepciones todos los productos que derivan de la relación entre naturaleza y sociedad que se explican en el campo de todo lo que es el territorio.


Por lo tanto la restauración de una obra de arte depende del reconocimiento de ella como tal y que es ella, la que condiciona el restauro y no la inversa.


La presentación de los Bienes Culturales, su puesta en valor en coherencia con la investigación, el “consumo” del Patrimonio a través del turismo cultural... etc. nos presenta un nuevo panorama donde se visualiza también su valoración como recurso económico.


Es una operación que dará lugar a consecuencias inéditas. La primera de ellas es el nuevo uso del bien restaurado, y por consiguiente, su inserción en el círculo económico, convirtiendo la actividad de restauración en una intervención normal (pública o privada) en el territorio, donde se deberían profundizar y racionalizar las relaciones entre quien tutela el patrimonio y quien gestiona el territorio desde la fase de planificación y de proyecto de las intervenciones, precisamente para garantizar una inserción armónica en el contexto.




Los Bienes Culturales

La locución Bien Cultural se introduce en Italia por los años 60 tal vez para intentar englobar lo que se daba en llamar “cosas de interés histórico–artístico”, y diferenciarse de la ya demodé: “monumento”, producto de un criterio cultural elitista.


La noción de bien cultural es compleja apareciendo por primera vez en 1954 en la Convención de la UNESCO en La Haya, para la protección en caso de Conflictos armados.


Pero una vez definido lo que es un Bien Cultural otra pregunta nace al unísono: ¿Por qué preocuparse de ellos? ¿Por qué debemos gastar importantes recursos humanos y financieros para conservar estos Bienes, sustrayendo recursos de otros problemas fundamentales como la pobreza y el desempleo?


Algunos consideran la conservación de los Bienes Culturales un deber moral para la Humanidad, un “imperativo categórico” por usar las palabras de Kant, cuyo interés no es otro sino el de dejar a las futuras generaciones este Patrimonio.


Otros consideran la conservación de los Bienes Culturales solamente una necesidad que permita a los turistas de todo el mundo disfrutarlos, o sea, un placer.


En cambio otros piensan que es un buen negocio: y en efecto, el turismo puede generar nuevas oportunidades de trabajo en países donde parte de la población se encuentra desocupada. El turismo cultural puede ser un potente motor para desarrollar nuevas infraestructuras públicas y privadas.


Todas estas opiniones son probablemente justas y representan diferentes aspectos de la misma verdad: la conservación de los Bienes Culturales es una necesidad para nuestra sociedad.


Una pregunta se impone: ¿Cuáles son los objetivos de cualquier “acción” que se pretende promueva la conservación de los Bienes Culturales?


La definición de los objetivos es tan importante como la definición de Bien Cultural; ninguna acción científica o tecnológica puede ser propuesta en el ámbito de un proyecto orientado sin una clara indicación de los objetivos.


Los estudiosos que se han ocupado de Bienes Culturales han debatido durante mucho tiempo sobre los objetivos de toda “acción” de conservación, llegando a definir tres conceptos que constituyen juntos “el objetivo” y representan tres momentos sucesivos del mismo:

  • PROTECCIÓN

  • RESTAURACIÓN

  • RENTABILIZACIÓN.

“Bienes culturales son entonces, aquellos que permiten el perpetuar la memoria colectiva o aquellos que conservan en el tiempo su cualidad de reproductores de la cultura.


(…) “No podemos considerar los bienes culturales como entidad aislada y aislable pero debemos individualizar el “continuo” del que forman parte. La historicidad como cualidad peculiar de los bienes culturales no es una categoría absoluta definible a priori, pero de individualizar cada vez a través de la construcción de la específica historia de un determinado continuum.”


Sin embargo, será necesario destacar que aunque imbuidos del mismo espíritu los Bienes Culturales tal como se vinculen con la Arquitectura o con el Planeamiento, se podrían dividir en dos: los que tienen que ver con lo urbano-ambiental (se trate de sectores, sitios o centros históricos) y los que tienen que ver con la arquitectura.


Cada uno de éstos tiene, en general, metodologías propias, producto de los diversos ámbitos disciplinarios que presuponen e implican, a pesar que muchas veces se articulen entre sí, generan dificultades que podrían salvarse con una orgánica y sistemática acción cognoscitiva sobre el territorio que brinde datos homogéneos de tal forma que tutela del ambiente, tutela de los bienes arquitectónicos, y el planeamiento puedan entre sí realizar acciones coherentes y homogéneas.



Los paisajes culturales

El carácter dinámico de las ciudades, por un lado y la necesidad de la protección del patrimonio cultural por otro, obliga a encontrar estrategias de conservación, gestión y ordenación de conjuntos históricos urbanos dentro de los procesos de desarrollo local y planificación urbana, asociados a la incorporación de la arquitectura contemporánea y a la creación de infraestructuras, así como a la aplicación de un planteamiento paisajístico que contribuya a mantener la identidad urbana.


Hoy más de la mitad de la población mundial vive en zonas urbanas que se han convertido en algunos casos en centros de desarrollo e innovación y en otros en áreas fragmentadas con gran deterioro de la calidad ambiental, pérdida de los espacios y servicios públicos, pobreza y aislamiento social, y un crecimiento incontrolado.


Muchos sectores urbanos de interés patrimonial así como los conjuntos históricos de nuestras ciudades caen en estos procesos de abandono, tugurización, o elitización que se producen por las presiones inmobiliarias e ideológicas, expulsando en el peor de los casos a la población que los habita.


Frente a esto surge una nueva categoría de patrimonio o en todo caso un instrumento para definir los límites aceptables del cambio. Un nuevo concepto para afrontar nuevos retos en la conservación del patrimonio urbano:

El paisaje urbano histórico es la zona urbana resultante de una estratificación histórica de valores y atributos culturales y naturales, lo que trasciende la noción de “conjunto” o “centro histórico" para abarcar el contexto urbano general y su entorno geográfico


A esta altura es necesario aclarar que el término “Centro histórico” es un concepto eminentemente europeo ya que es allí donde se da este tipo de estructura urbana producto de una ciudad fortificada muchas de origen medieval que llegan hasta nuestros días y que se da sólo en algunas regiones de Hispanoamérica, donde sí se puede hablar de “conjuntos urbanos históricos, áreas o sectores históricos” que son el origen de un determinado asentamiento urbano o rural, y que lo identifican: “ reconocibles como representativos de la evolución de un pueblo” Quito,1977.


Una visión integrada de la ciudad, que se propone en dos sentidos: por una parte considerando la ciudad en su conjunto, y no aislando el área patrimonial y por la otra integrando en la gestión del conjunto urbano histórico los aspectos territoriales, ambientales, paisajísticos y sociales “La noción de paisaje urbano histórico ofrece herramientas para la gestión de las transformaciones físicas y sociales y procura que las intervenciones contemporáneas se integren armónicamente con el patrimonio en un entorno histórico y tengan en cuenta el contexto regional. Este contexto general incluye otros rasgos del sitio, principalmente su topografía, geomorfología, hidrología y características naturales; su medio urbanizado, tanto histórico como contemporáneo; sus infraestructuras, tanto superficiales como subterráneas; sus espacios abiertos y jardines, la configuración de los usos del suelo y su organización espacial; las percepciones y relaciones visuales; y todos los demás elementos de la estructura urbana. También incluye los usos y valores sociales y culturales, los procesos económicos y los aspectos inmateriales del patrimonio en su relación con la diversidad y la identidad”


La noción de paisaje urbano histórico tiene en cuenta las tradiciones y percepciones de las comunidades locales a la vez que respeta los valores de la comunidad nacional e internacional.




Restauración arquitectónica

La evolución en el reconocimiento de lo que es Patrimonio y por lo tanto de su tutela amplió el campo de lo singular y monumental hasta llegar al territorio antropizado, de allí que la metodología de intervención en el patrimonio muchas veces se haya extendido en forma incorrecta desde la arquitectura hasta el campo de lo urbano: no se preserva un territorio conservando, restaurando y/o reciclando los diversos edificios (singulares o conjuntos) que contiene , lo cual llevaría a ignorar la problemática ambiental.


El restauro de la arquitectura, aunque basado en los principios generales que coinciden con el de la pintura y de la escultura tiene una especificidad propia que deriva de la “utilidad” de los objetos a conservar (los edificios y no puede homologarse con aquella restauración, donde la conservación de la materia sea lo principal.


En la práctica tanto la pintura como la escultura (en general) se pueden sustraer a dos fuentes de consumo como son las condiciones atmosféricas y los agentes antrópicos, es decir aquellos producidos por las actividades humanas que se han ido desarrollando a lo largo del tiempo, directamente relacionados con las actividades y el comportamiento del hombre. En cambio esto es algo imposible con la arquitectura. Podemos admirar y de hecho sucede, una estatua a la cual le falta un brazo o una cabeza pero sería imposible subir una escalera sin un peldaño.


En la arquitectura además de la materia y la forma, se debe considerar su inmovilidad y la función que cumple. Las ruinas y los restos arqueológicos no entran dentro de esta categoría ya que constituyen algo muy particular.


Además como elemento de intermediación entre forma y materia está la estructura que para la escultura y pintura tiene una importancia secundaria pero no así para la arquitectura en donde es fundamental.


El arquitecto restaurador no es diferente a los otros arquitectos. La actividad no es como se ha visto una actividad de aplicación de fórmulas tecnológicas, es una actividad arquitectónica de fundamento crítico y de allí que sea una de las actividades de la arquitectura. Al aceptar una propuesta de restauración, el arquitecto deberá conocer las condiciones actuales del edificio, una investigación exhaustiva y profundizar en lo posible todo tipo de referencias históricas, tanto del relevamiento formal, como de los documentos. El examen crítico tomará en cuenta la personalidad del constructor, del arquitecto, lo que fue propuesto como utilización y destino al construirlo.


Cada intervención debe fundarse en el conocimiento con una máxima investigación de los aspectos históricos, críticos, tecnológicos, estructurales, formales, etc. Esta investigación debe ser hecha en la fase preparatoria o de estudio para permitir ir encontrando un programa operativo y a su vez elaborar un presupuesto de gastos, que en el caso del restauro está siempre sujetos a variaciones, algunas veces notorias por causa de datos imprecisos. Proceder pues a una exploración funcional y formal del edificio externa e internamente llegando a los puntos más inaccesibles. Cualquier objeto en el uso cotidiano se degrada y desde el momento de su construcción cualquier edificio necesita de un restauro conservativo de mayor o menor importancia. Un uso mantenido en un edificio conforme al origen es un elemento importante en la conservación del mismo, que podrá en todo caso degradarse por envejecimiento.


Si se piensa por ejemplo en las innovaciones acaecidas en el campo de los servicios (cocinas, ascensores, instalaciones higiénicas, adaptaciones para discapacidades) se entiende la necesidad de muchos edificios para adaptarse a los nuevos requerimientos.


Conservación y Restauración son dos conceptos que, aunque diferentes en sus contenidos, la mayor parte de las veces se emplean de forma complementaria cuando se aplican al entorno de los Bienes Culturales.


Se puede entender por Conservación, el conjunto de intervenciones físicas y, o, químicas aplicadas sobre los objetos muebles o inmuebles que integran el Patrimonio Histórico, a fin de garantizar su estabilidad en el entorno del ecosistema en que se encuentran ubicados, almacenados o expuestos. Siempre la conservación implica que la obra esta íntegra.


Por Restauración se entiende igualmente el conjunto de operaciones y tratamientos, dirigidos fundamentalmente a recomponer la unidad de esos objetos, muebles o inmuebles, a partir de su posible y mayor o menor estado fragmentario, y reconstituyendo las partes ausentes, conforme a respetuosos criterios, garantizando igualmente la estabilidad de la pieza y de los productos empleados en su restitución, en el entorno y condiciones en que se encuentre. En este caso la obra ha perdido parte de su integridad por ejemplo restauración de la Capilla Sixtina.


Una importante diferencia existe entre restauración y re funcionalización , y está dada por el valor de aquello sobre lo cual se operará; mientras que en la restauración se trata de monumentos o “ edificios significativos”, así como también de conjuntos, áreas o una ciudad toda, es decir reconocidas por sus cualidades artístico-arquitectónicas, históricas, etc.; en la re funcionalización puede operarse dentro de una escala de valores mucho más amplia y variada a la vez, en la cual hasta el provecho económico ocupa un lugar junto a los demás, aunque nunca debería ser el más importante.


Según Salvador Fernández Berrio y Olga Orive en su libro “Terminología general de conservación del patrimonio cultural prehispánico”:


La Restauración implica la realización de diversas acciones físicas sobre el bien cultural, a fin de salvaguardarlo y transmitirlo, tan íntegramente como fuere posible”. La restauración comprende exclusivamente las cuatro operaciones básicas reconocidas en la Carta de Venecia, es decir: la integración, la reintegración, la liberación y la consolidación.


La Reintegración consiste en volver a armar o recomponer un elemento con sus propias piezas, sin introducir ninguna otra. Acción que implica la restitución en su sitio original de partes desmembradas del objeto, con el fin de asegurar su conservación.


Una Integración es completamiento de un bien arquitectónico-artístico con aquellas partes faltantes en el mismo. Es factible, entonces, que en un trabajo de re funcionalización pueda realizarse una integración, siempre que se tenga en cuenta el “volver a dar vida” y el “espíritu” de la obra y se lo enfrente con una actitud crítico-creativa que diga que no al completamiento en estilo o al neutro, haciendo directa referencia al aporte de elementos nuevos.


La Liberación consistirá en eliminar partes del bien, sólo en caso de que provoquen la degradación del mismo o que la eliminación permita una mejor interpretación histórica o arquitectónica, debiendo en tal caso documentarse las partes que deban ser eliminadas.


El concepto de liberación evolucionó con el tiempo y actualmente se respeta la estratificación histórica del edificio, es decir: todos aquellos elementos que significaron una impronta en el transcurso de su vida material, pero que no pongan en riesgo su continuidad.


La Consolidación es una operación que implica la introducción de nuevos elementos que ayuden a prolongar la vida útil del objeto en cuestión. Todas estas intervenciones tienen ciertos límites, a fin de controlar las operaciones, y están dados no sólo por el criterio del restaurador sino por toda la documentación nacional e internacional que rige la especialidad.


En cuanto a la aplicación del principio de autenticidad, supone respetar la obra, tanto en sus aspectos constructivos: calidad de ejecución; como estéticos: su composición, espacio, estilo, expresividad; conservando la veracidad del mensaje y la materialidad: que habla de un particular período del tiempo, de un determinado modelo.


Tengamos en cuenta que toda intervención implica una transformación de la situación de origen y, por tanto, una merma de autenticidad. Para reducir esta posibilidad es necesario aplicar siempre los criterios de: máxima efectividad del tratamiento, mínima intervención y reversibilidad.


El resultado de una intervención planteada sobre la base de criterios o técnicas erróneas es completamente negativo, no solo si se mide en cuanto a las consecuencias estéticas y materiales, sino también en términos económicos.


Finalmente existen ciertos criterios y límites de una intervención para poder intervenir en la salvaguarda del bien cultural durante una restauración y los cuales son irrenunciables.


La intervención mínima, el respeto de la autenticidad, la diferenciación entre lo existente y lo restaurado y la posibilidad, de la reversibilidad en la intervención. Esta palabra significa que un método de conservación debe poder invertirse si ocurre algo inesperado, de manera que el objeto pueda recuperar su estado inicial sin ningún daño.


Continuaremos este tema en la próxima entrega, esperando haya sido una información de utilidad, gracias por su lectura y recuerden "La Cultura, transforma vidas"



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