El Bolero Criollo en Costa Rica: técnica, socialidad y memoria viva
- Wil Jiménez Kuko
- 24 sept
- 8 Min. de lectura

El bolero criollo, esa manera particular de bailar bolero que se gestó en Costa Rica en el siglo XX, no es solamente un paso ni una secuencia de movimientos codificados: es un testimonio de lo que un pueblo hizo con un género foráneo y lo transformó en una forma propia de expresión. Se dice rápido, pero este proceso tiene una carga cultural y social inmensa. No hablamos únicamente de baile, hablamos de identidad, de una memoria compartida y de un lenguaje corporal que ha sabido resistir el paso de los años, los cambios en las modas y la presión constante de los bailes globalizados. Hoy, cuando los escenarios se llenan de espectáculos con luces, coreografías impecables y un público cada vez más exigente, el bolero criollo sigue vivo, latiendo en los salones de baile, en las fiestas familiares y en las parejas que lo abrazan como una forma de decirse cosas que tal vez con palabras no se atreverían a pronunciar.
Entender el bolero criollo no es una tarea sencilla. Requiere detenerse en la manera en que los cuerpos se encuentran, en cómo los pies marcan el ritmo y en cómo la técnica ha ido evolucionando a lo largo de las décadas. Es necesario observar, escuchar y, sobre todo, sentir. Porque la tecnificación de este baile no se trata únicamente de contar pasos o describir posiciones; se trata de comprender una estética corporal que surge del mestizaje de influencias, de la creatividad popular y de la necesidad de apropiarse de lo ajeno para convertirlo en algo íntimamente nuestro.
Al mismo tiempo, hablar de bolero criollo es hablar de sociabilidad. Este baile nació y creció en los salones, en los espacios donde la música y el encuentro comunitario eran inseparables. Allí, cada pareja no solo bailaba para sí misma, sino que era parte de un entramado colectivo en el que se reforzaban lazos, se construían memorias y se tejían relaciones. Sin embargo, el bolero criollo también ha dado un salto hacia los escenarios, donde se convierte en espectáculo, en propuesta artística, en coreografía pensada para la mirada del otro. Esta dualidad entre lo social y lo escénico nos invita a reflexionar sobre cómo cambia el baile cuando deja de ser espontáneo y se convierte en representación, y sobre qué se gana y qué se pierde en ese proceso.
Bolero criollo y bolero
"internacional": un análisis comparativo
El bolero, como género musical y de baile, no es exclusivo de Costa Rica. Desde su origen en Cuba, a finales del siglo XIX, se expandió rápidamente por toda América Latina y adoptó diversas formas según el país donde echaba raíces. Así, podemos hablar de bolero cubano, bolero mexicano, bolero dominicano, bolero español y, por supuesto, bolero criollo costarricense. Cada uno tiene particularidades que responden a contextos culturales, sociales y estéticos distintos.
El bolero internacional, en sus distintas variantes, comparte una base rítmica y melódica similar, pero la manera de bailarlo cambia según la tradición local:
En Cuba, el bolero conserva una marcada sensualidad, con movimientos suaves de cadera y un contacto cercano de pareja. La cadencia está profundamente ligada a la musicalidad caribeña.
En México, el bolero adquirió gran protagonismo como género musical romántico. En el baile, se caracteriza por una interpretación sobria, más lineal, con menos desplazamientos amplios y con énfasis en el abrazo y la conexión íntima.
En España, el bolero adoptó formas estilizadas e incluso académicas, influenciadas por la danza escénica, con giros más rígidos y posiciones de brazos más definidas.
En el ámbito internacional competitivo, el bolero se codificó dentro de los bailes de salón (ballroom dances) y adoptó una técnica estandarizada: pasos amplios, posturas erguídas, desplazamientos calculados y un alto grado de formalidad.
Frente a estas variantes, el bolero criollo costarricense se distingue por varios elementos que vale la pena comparar, principalmente con las escuelas europeas o estadounidenses, pues con las versiones de América Latina, la sociatividad y complicidad comunitaria se mantiene como característica principal:
El caminar cadencioso: mientras el bolero internacional de competencia enfatiza los desplazamientos amplios y las posturas erguídas, el criollo privilegia el caminar natural, casi cotidiano, que se convierte en danza por la cadencia con que se ejecuta.
El abrazo relajado: en el bolero criollo, la conexión de la pareja es menos rígida. Existe un contacto constante, pero no impositivo, que permite la improvisación y el diálogo corporal.
La improvisación social: el bolero internacional, sobre todo en su versión de competencia, se apoya en coreografías planificadas. El criollo, en cambio, se mantiene fiel a la improvisación propia de los salones, donde cada pareja inventa sus pasos según la música y el momento.
La musicalidad “tica”: aunque se baila con canciones de bolero reconocidas en toda América Latina, los bailarines costarricenses tienden a marcar el tiempo de manera más pausada y a enfatizar la expresividad corporal por encima de la ejecución perfecta, iniciando el baile en contraposición a sus otras versiones y considerando la interpretación musical de géneros ajenos al Bolero como las baladas en inglés y español, baladas rancheras, rock en español, música disco, etc. toda aquella musicalidad que conecte con su rítmica y tiempo.
El carácter comunitario: en el bolero criollo el énfasis no está en “mostrar” sino en “compartir”. En un salón de baile, el objetivo es vivir la experiencia social, mientras que en el bolero internacional escénico se privilegia la perfección técnica para el público.
Este contraste nos permite valorar aún más la singularidad del bolero criollo. No se trata de un baile menos sofisticado que el internacional, sino de una forma distinta de entender la técnica. Donde el ballroom busca estandarizar, el criollo busca personalizar. Donde el escenario impone una mirada externa, el salón privilegia la experiencia interna. El bolero criollo, en este sentido, se coloca en un punto medio entre lo íntimo y lo social, entre lo técnico y lo emotivo. Y es precisamente ahí donde radica su riqueza patrimonial.
La técnica en movimiento: ¿Qué hace único al bolero criollo?
Uno de los grandes retos al hablar del bolero criollo es describir su técnica. Quien lo ha bailado sabe que no se trata de un movimiento complejo desde lo acrobático, pero sí profundamente técnico desde lo musical y lo expresivo. Su base está en un caminar suave y cadencioso, en el uso de la cadera, de los chachachas y las colocaciones en la conexión de la pareja. Pero esa simplicidad aparente esconde una gran riqueza.
La tecnificación del bolero criollo implica reconocer elementos como:
El tiempo musical: a diferencia de otros géneros más acelerados, el bolero criollo exige un control del tempo lento, lo que obliga a bailar con precisión y con un manejo consciente de la respiración corporal. El tiempo uno musical calza cada cinco compases con el tiempo uno de baile produciendo una interpretación musical en impares de 7, 5, 3 y 1.
El desplazamiento: caminar con elegancia, trasladar el peso del cuerpo sin brusquedad, deslizarse en el espacio como si el suelo se volviera cómplice del movimiento. Con cadencias, más marcadas al inicio de su base y en los cambio de dirección al desplazarse.
La conexión de pareja: el bolero criollo no se baila en soledad. Requiere de un diálogo corporal constante, de una tensión justa entre quien guía y quien sigue, pero sin imposiciones ni rigideces.
La interpretación emocional: quizá lo más característico del bolero criollo es la manera en que traduce la emocionalidad de la música en gestos corporales. La pausa, los giros suaves, los juegos de brazos complejos, la virtuosidad de las reacciones a los conjuntos de giros complejos, el acercamiento y el alejamiento de los cuerpos narran historias de amor, desamor, encuentro y despedida.
La interpretación en dúos y tríos: Al igual que su hermano mayor el swing criollo, el Bolero Criollo comparte su interpretación grupal con dúos y tríos y sus características de rol y genero que hacen a estos bailes únicos.
Lo interesante es que, aunque estas características son reconocibles, no existe un único “manual” que las codifique. Cada maestro, cada bailador, cada salón de baile ha generado sus propias maneras de enseñar y ejecutar el bolero criollo. Esa falta de homogeneidad es, paradójicamente, lo que le da riqueza al género.
El bolero criollo y el swing criollo: parientes cercanos en la pista
Hablar del bolero criollo en Costa Rica sin mencionar al swing criollo sería dejar incompleto el panorama. Ambos bailes comparten un origen social similar: nacieron en los salones, se gestaron en la práctica cotidiana de la gente y se consolidaron como formas de identidad cultural a través del cuerpo. Son, en cierto modo, parientes cercanos que dialogan entre sí, compartiendo la misma comunidad portadora.
El swing criollo, surgido de la apropiación costarricense del swing norteamericano, se caracteriza por su ritmo acelerado, sus giros constantes y la picardía con que se ejecuta. Si el bolero criollo es cadencia, pausa y romanticismo, el swing criollo es energía, picardía y vitalidad.
Sin embargo, más allá de sus diferencias, comparten puntos de encuentro:
El origen popular: ambos nacieron de la creatividad de los bailarines de salón, no de manuales ni de academias.
La transmisión oral y corporal: tanto el bolero como el swing criollo se aprendieron en la práctica, mirando y bailando con otros, más que en clases formales.
La identidad costarricense: en un país donde no existía una tradición de bailes de pareja tan marcada como en otras naciones, el bolero y el swing criollo se convirtieron en símbolos de una manera propia de vivir el baile.
La dualidad social-escénica: hoy en día, tanto el bolero como el swing criollo se bailan en salones y fiestas sociales, pero también han pasado a los escenarios, donde se presentan como parte del repertorio artístico y patrimonial costarricense.
Podríamos decir que el bolero criollo es el lado íntimo y romántico de la identidad bailable costarricense, mientras que el swing criollo es su lado alegre y festivo. Ambos se complementan y se necesitan. En muchas fiestas o espectáculos, es común que se bailen uno tras otro, como si fueran parte de un mismo lenguaje que ofrece diferentes matices emocionales.
Además, el swing criollo, al recibir mayor reconocimiento patrimonial en años recientes, ha abierto camino para que el bolero criollo también se ponga en la mesa de discusión. La pregunta es evidente: si el swing criollo es patrimonio cultural inmaterial de Costa Rica, ¿no debería el bolero criollo, su pariente cercano, recibir también ese mismo reconocimiento?
Reflexionar sobre esta relación es clave para entender que no estamos hablando de un baile aislado, sino de un ecosistema cultural más amplio, donde varias danzas conviven, dialogan y se refuerzan mutuamente.
El bolero criollo, al compararse con el bolero internacional, demuestra que lo “nuestro” no es una versión incompleta, sino una forma distinta de entender el baile: más humana, más cercana, más comunitaria. Al relacionarse con el swing criollo, revela que forma parte de una familia de danzas que han dado identidad y orgullo a Costa Rica.
Su tecnificación no puede entenderse únicamente desde la perspectiva escénica; también debe valorarse en la riqueza de su práctica social. Su vigencia depende tanto de los bailarines que lo llevan a los teatros como de las parejas que lo mantienen vivo en los salones.
El reto ahora es claro: investigar, documentar y preservar. Porque en cada paso del bolero criollo no solo se baila una canción, se baila una parte de la historia de Costa Rica. Y al reconocerlo, le damos al futuro una memoria que no se pierde, sino que se multiplica en cada abrazo, en cada giro y en cada pausa que el bolero criollo nos regala.
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